jueves, 18 de diciembre de 2008

Crónicas del rechazo, precedente de la resistencia

Por Maite

7 de Noviembre, día caluroso en Córdoba fui al banco de la provincia a cobrar mi pensión por discapacidad.
Tempranito, tipo 9 hs., me encontré con un a cola de gente malhumorada de hasta una cuadra bajo el sol.
Colmada de gente ansiosa con sus documentaciones en la mano, como si fuera de entradas para asistir a su espectáculo preferido.
Primero me sume a la fila de la insolación. Cuando la fila llego al interior del banco, leo un cartel que indicaba una cola menor que decía: “Cobro de Haberes por discapacidad, mujeres embarazadas y tercera edad”. Tras consultar a un guardia que confirma que debía estar en la otra cola me cambie sin dudar.
Cuando fue mi turno de cobrar, me separa de la fila el jefe de seguridad, un sargento uniformado, argumentando que me veía demasiado bien como para estar haciendo esa cola. Le explique que cobro haberes por discapacidad. Aun así no hubo forma de evitar lo que sucedió: comenzó a gritarme que allí no podría cobrar, que no parecía discapacitada y que retomara la cola larga; que volviera a enfilarme una cuadra bajo el sol. Me pidió, varias veces, mi diagnostico en publico. Como si a un sargento debiera importarle el estado de salud ajena, o como si fuera una autoridad valida para obligarme a decir mi diagnostico.
Las pensiones nacionales por discapacidad se asignan a personas que tenemos mas de un 80% de discapacidad visible o no. El banco es solo un intermediario entre quien deposita y quien retira el dinero.
¿Por qué solo yo debía dar explicaciones para hacer esa cola? Si nadie presentaba complicaciones de salud visible, yo era la única persona transgénero presente. La lección del día era entender como se encarna la transfobia institucional en un uniformado y en los administrativos de un banco. Ya hacía dos horas que estaba soportando comentarios sobre mi persona hechos por el público “normal” que se había dado cita.
Debía prestarme al show del uniformado que se autoproclamo presentador del circo.
El policía me trato en masculino con la excusa de lo que dice el documento, situación que disfrutaba sonriente y que arranco risotadas al público una y otra vez.
Sin llegar a los aplausos y con un máximo de aprobación, aclamo: “vemos aquí la rara, la otra, la sin sitio, en que nosotras y nosotros identidades hegemónicas descargaremos nuestras frustraciones”.

Risas que duelen como apuñaladas,
Murmullos que ensordecen,
Miradas esquivas que evaden mis ojos de persona.


Curioso, la muchedumbre sonríe cuando se enciende la hoguera contra algunas de nosotras pero claro!, la muchedumbre no es violenta, no mata, no tortura; la mala sigo siendo yo. El escándalo, la perversión del reality show. El sargento es un buen show man. Alcanzó una euforia entre el público que hasta interactuó con frases como: “la próxima me vengo de travesti para cobrar más rápido”.
Hablé con el secretario del gerente y recibí el mismo trato discriminatorio, me pidió diagónostico públicamente, y con la excusa del DNI, me trató en masculino, e insistió que volviera a la “cola larga”.
Discutimos hasta que pude cobrar.
Ahí, llevo adelante varias denuncias por discriminación.
Aunque ya no pueda resarcir la violencia vivida, ni borrar las imágenes que atormentan. Ninguna acción legal, desestreza, ni quita el pánico a la exposición y al rechazo. Entiendo que una denuncia no es la única vía de acción y que hay que afrontar todas las vías posibles para defender un lugar en el mundo que no es mío, es nuestro.

Cada vez que hacemos algo contra la discriminación estamos construyendo otra sociedad, una en donde las personas trans podamos vivir y disfrutar sin ser separadas ni señaladas. Una sociedad en donde no tengamos que dar explicaciones por lo que somos.

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